
En el kilómetro 35 de la maratón de Valencia, allí donde ya no hay piernas, ni cabeza, y solo el corazón puede rescatar a los corredores del pelotón aficionado, ruge un grito: “¡Va, chavales! ¡Por Valencia! ¡A rendir tributo!”. Un mes después de la tragedia de la dana, la proclama retumba este domingo en una ciudad que es como una burbuja. Aquí no hay medianas reventadas, quitamiedos rotos, ni coches desvencijados y acumulados sin ton ni son, como en la zona cero del drama, que está al otro lado del río, a unos pocos kilómetros. Sin embargo, ninguno de los 35.000 corredores puede olvidarse ni por un segundo de lo que ha ocurrido, del barro y el polvo que lo invade todo, de los muertos, y de quienes les lloran.