Los populismos son como las familias felices del comienzo de Anna Karenina: todos se parecen. Uno de los rasgos más comunes en todas las tentaciones iliberales —desde Donald Trump hasta Cristina Fernández de Kirchner— es la crítica a dos contrapesos esenciales del poder político en democracia: el poder judicial y la prensa libre. Esta crítica no solo coincide en señalar a jueces y periodistas, sino que también revela su patrón común en el momento en que se activa: el señalamiento siempre se detona cuando son, sorpresa, jueces y periodistas quienes destapan casos de corrupción que asedian a sus respectivos gobiernos. España, por supuesto, no es una excepción.