
La batalla de Gisèle Pelicot se ha librado, en parte, a través del silencio. Su rostro, su sonrisa siempre antes y después de entrar en la sala, sus miradas de agradecimiento cuando la aplaudían. El juicio tenía que hablar por sí solo: así lo decidió la víctima de las violaciones de 51 hombres, entre ellos la persona con la que llevaba casada 50 años. Por eso decidió que fuera a puertas abiertas, para que periodistas y público pudieran asumir y debatir fuera lo que se juzgaba dentro. En la sala, se expresaría lo que fuera necesario, a sus puertas, en cambio, solo al comienzo y al final de este proceso.