Cien días bastan para olvidar una “pausa” que nunca existió, tal vez uno de los últimos desplantes del presidente que hoy descansa en su rancho. A finales de agosto los diarios de circulación nacional reportaban “un punto de máxima tensión en la relación con Washington”, Andrés Manuel López Obrador se inventaba un nuevo término en la diplomacia bilateral y decía que había “una pausa” entre México y Estados Unidos. Realmente nunca significó nada, se quedó en una rabieta intrascendente causada por una hermética operación estadounidense para capturar a Ismael El Mayo Zambada, López Obrador buscaba explicaciones y no se las daban. Además, el embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, se atrevía a decir en medio del huracán de lo que significaba la reforma judicial que “las democracias no pueden funcionar sin un Poder Judicial fuerte, independiente y sin corrupción”.