Hay una mujer en un pequeño pueblo de Madrid, a 385 kilómetros de Valencia, que llora cada vez que pone la televisión. Llora cuando ve a gente amontonando muebles, cuando ve a los vecinos barriendo calles o a los voluntarios con botas de goma llenas de barro. Una mujer que odia el marrón porque lo perdió todo en la riada y un año después sigue apareciendo lodo seco en las fotos de su hijo, en el neceser o en el pijama. En la pared del salón, a la altura de la lámpara, sigue pintada la raya color chocolate que dejó el agua. Llora cuando oye llover porque, según la Cruz Roja, sufre estrés postraumático.