Hay dos anécdotas que definen bien la trayectoria extracinematográfica de Sean Penn (Santa Mónica, California, 64 años): sus famosos disparos a los helicópteros que intentaron grabar imágenes de su boda con Madonna y el pedo que confesó haberse tirado ante “El Chapo” Guzmán, el sanguinario narcotraficante méxicano, durante una entrevista para Rolling Stone. “Una pequeña flatulencia”, se disculpó. La primera encaja con el estereotipo de la estrella de cine rebelde y atormentada clásica de Hollywood en la que tan bien encajó el que fue saludado como el nuevo James Dean —surge uno cada semana—; la segunda ayuda a perfilar su deriva hacia causas políticas y sociales a veces extremadamente controvertidas.